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    Escribe:
    Susana
    Medina
    Carmen Argibay. Aniversario de su incorporación a la CSJN

    Escribe:
    Susana
    Medina

    El 3 de febrero de 2005 Carmen Argibay asumía como Ministra de la CSJN después de haber jurado “Por la Patria y su Honor” frente al presidente del máximo tribunal, Enrique Petracchi, en la antigua sala de Audiencias de la Cámara Federal donde se había celebrado veinte años antes el juicio a las juntas militares.

    De la ceremonia participaron todos los ministros de la Corte Ricardo Lorenzetti, Eugenio Zaffaroni, Antonio Boggiano, Augusto Belluscio, Enrique Petracchi, Carlos Fayt, Juan Carlos Maqueda y Elena Highton de Nolasco, junto al entonces Ministro de Justicia Dr. Horacio Rosatti, el Procurador General de la Nación Esteban Righi, el titular de la Defensoría General de la Nación Miguel Ángel Romero y el Procurador del Tesoro Osvaldo Guglielmino. Pero alguien se destacaba entre todos, y era su madre, Ana Rosa Carles Huergo, quien emocionada fue la primera en abrazar a su hija.

    La sala estaba colmada de funcionarios, magistrados, amigos, compañeros y empleados, y a todos saludó con cariño y la calidez de siempre. Con Joaquín Pedro Da Rocha, por entonces integrante del Consejo de la Magistratura de la nación, se fundieron en un prolongado abrazo que sellaba una amistad de muchos años. Habían compartido lucha y trabajo a favor de los derechos humanos. Dijo en ese momento Ricardo Gil Lavedra: “Tiene un perfil diferente y muy enriquecedor para la Corte. Está muy comprometida con los derechos humanos”. Tenía razón. Su perfil era diferente y su compromiso con los derechos humanos se reflejaron en sus valiosos votos.

    Mientras, en la puerta del edificio de la calle Talcahuano, un grupo de manifestantes liderados por Nito Artaza cortó durante más de tres horas la calle, cuestionando la designación de Carmen Argibay, de quien dijo: “Esperamos que Argibay respete la Constitución. No creemos que Argibay respalde nuestros reclamos”. El tiempo y los recordados votos de la Ministra a la que ellos cuestionaron demostraron cuan equivocados estaban. Nunca aceptó presiones de nadie. Fue independiente aún de sus propias convicciones. A 12 años de ese día, la memoria de Carmen Argibay merece una disculpa pública.

    Fue una mujer de profundas e inclaudicables convicciones democráticas que supo imponer su estilo y pensamiento crítico. De pocas palabras e ideas claras, las trasmitió con valentía y sin ambigüedades, aún a riesgo de perder su libertad. Sus palabras no tenían grises ni matices. Fue una ferviente feminista y defensora de la igualdad de género.

    Más que una jurista, fue una humanista. Le dolía el dolor de la gente, en particular de las mujeres, niños y ancianos. Siempre estuvo preocupada por los más vulnerables, por los que menos tienen, por los que sufren, los desvalidos, por los enfermos y los privados de libertad; por aquellos que muchas veces no tienen más que su propia existencia. Dedicó su vida a mejorar la de los demás a través de múltiples y variadas acciones, y lo hizo en silencio, con humildad, reserva, empatía y generosidad. Como las grandes mujeres de nuestra historia.

    Fue detenida una madrugada de marzo de 1976 cuando era Secretaria General de la Cámara del Crimen. Estuvo privada de su libertad casi un año sin justa causa ni debido proceso legal, por el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Pasó más de nueve meses días y noches de dolor y tristeza en la húmeda alcaidía de tribunales. Sin embargo no guardó rencor ni tuvo oscuros deseos de venganza. Por el contrario, demostró grandeza de espíritu  e independencia de criterio al momento de tener que resolver causas en las que se investigaban delitos de lesa humanidad. Esclava de la ley, no hacía interpretaciones académicas ni dogmáticas de la misma, solo usaba el sentido común y la experiencia de tantos años de militancia que dejaron huellas profundas en su cuerpo y en su alma.

    Reconocida y respetada internacionalmente, fue co-fundadora de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas, y fundadora de la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina. Presidió ambas organizaciones y recibió varios premios por su actividad en favor de los derechos humanos de las mujeres, y, sin hacer gala de los mismos, dedicó su tiempo, esfuerzo personal y conocimientos para crear conciencia y sensibilizar respecto de la necesidad de incorporar la perspectiva de genero en todos los ámbitos académicos, institucionales y sociales. Se definía a sí misma como de tendencia “más a la izquierda que a la derecha” y como “atea militante”, lo que le valió no pocas críticas de los sectores más conservadores.

    Convencida feminista, creó la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, única en su tipo en el mundo entero, con el fin de capacitar en género a magistrados, funcionarios y empleados que no veían en ella a una superior, sino una compañera de trabajo. Por eso, el día de la asunción los empleados liderados por Julio Piumato volantearon el recinto de la Corte dándole la bienvenida. La llamaban “Carmencita”.

    Amante de la música clásica, especialmente de la ópera, le gustaban los rompecabezas y las novelas policiales en inglés. Hablaba fluidamente este idioma, como el francés y algo de alemán. El tango, los cigarrillos y el malbec no le eran indiferentes. El color rojo en sus prendas de vestir era una constante. Una vez por semana se reunía con un grupo de amigas en Edelweiss, donde daba rienda suelda a la charla con la atención de los mozos a los que conocía por sus nombres.

    Carmen Argibay fue una mujer que honró el cargo que desempeñó hasta su muerte, luego de una extensa carrera judicial que había comenzado en 1959. Al cumplirse el 12º aniversario de su asunción como Ministra de la Corte, desde AMJA la recordamos con cariño, admiración y respeto.

     

    Susana Medina es jueza del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos, presidenta de la Asociación de Mujeres Jueces de Argentina y presidenta de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas.

     

     

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